Segundo volumen de esta serie de cuadernos de dibujos a salto de mata.
El dibujo sigue proporcionándome unas dosis de placer intensas e inmediatas, sin parafernalia, sin razonamientos ni justificaciones. El dibujo es la poesía de la plástica, su expresión más esencial, más sintética, más depurada. Más abstracta. Solo un milagro neurológico hace que los seres humanos seamos capaces de ver en unas líneas sobre una superficie un cuerpo femenino adormecido, un pájaro a punto de volar o una copa de cristal con vino. Y para conseguir ese resultado fascinante y evocador el dibujante no precisa elaborar adjunto un discurso programático, una declaración de intenciones, un manual de interpretación o una nueva teoría de la percepción. Un lápiz, un plumín, un dedo, un carbón que dejen trazos sobre un papel, una piedra, una madera... son suficientes.
Emoción en estado puro.